Con la mochila a la espalda, con un juego de navajas sujetas sobre el pecho y bajo la camisa, cubierto de una ropa que había sido hecho de la fuerte piel de un animal.
El buscador avanzaba por un amplio desierto de ruinas. Ya no quedaban plantas, ni animales, mucho menos vida humana. Él lo sabía, hacía años que se sabía que ahí Afuera no se podía encontrar nada bueno. Pero ese era su trabajo, tenía que seguir buscando y lo haría hasta que las fuerza se le agotaran o hasta que su suerte lo acompañara.
¿Y qué buscaba? Buscaba una ausencia de algo, el mundo estaba contaminado y sólo buscaba un espacio libre de este tóxico, no podrían seguir creciendo como comunidad si no hallaban la solución a eso. Tampoco podían sacrificar a nadie, todos eran importantes en alguna manera. Y su trabajo era conseguir un lugar seguro para ellos.
Una vez más saco de su mochila una ampolla de cristal sellada. El proceso era sencillo, tenía que abrirla y dejarla expuesta un par de horas al ambiente. El material que contenía en su interior era muy sensible al tóxico y a los pocos minutos de estar expuesto se comenzaba a descomponer. Hedía a carne podrida y se comenzaba a evaporar. Luego de media hora vio como comenzaba a reaccionar el contenido de la ampolla. Sólo le quedaba limpiarla y volverla aguardar no podían desperdiciar material tan valioso.
Esa había sido su última ampolla de la jornada, era momento de regresar. En la próxima ocasión esperaba encontrar un lugar limpio. Al menos en esta ocasión llevaba una buena noticia. De los lugares asignados, en uno se había necesitado cerca de dos horas para que el componente reaccionara. Tal vez el nunca llegaría a decir que el lugar estaba limpio, pero alguien en la próxima generación tendría que dar ese feliz informe.
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