Caminaban por la llanura rápidamente, llevaban varias horas así. El día comenzaba a aclarar, cuando habían salido del centro urbano aún estaba oscuro. Estratégicamente habían decidido salir a esa hora, aunque también era verdad que se vieron obligados a hacerlo en ese momento.
Hace varias décadas todo ese territorio había estado poblado, según decían los historiadores, ahora sin embargo no se podía encontrar una edificación en cientos de kilómetros. Y las únicas construcciones que se podía encontrar habían sido diseñadas únicamente para una familia. Sólo las castas criadoras vivían en estas condiciones, se dedicaban a la administración, cada una de ellas, de enormes extensiones de tierras en la cual únicamente eran ayudados por centenares o miles de autómatas que se dedicaban a las labores agrícolas y ganaderas. Y al menos un robotista o mecánico que colaborara casualmente con el mantenimiento de la mano de obra y en muchos de los casos era un miembro de la misma familia.
Mientras que en el campo raramente se encontraba un espécimen de la raza humana, en la ciudad de donde venía Samuel la situación era muy distinta. Una enorme colmena era la mejor metáfora con la cual se la podía describir. Edificios departamentales de cuarenta o cincuenta pisos llenaban el sector habitacional, mientras que en el comercial los enormes edificios albergaban desde tiendas y oficinas hasta centros de investigación y educativos.
Prácticamente todo el espacio se encontraba construido y bajo cubierta. Y la raza humana ocupaba hasta el último rincón a la vez que no había ninguna máquina robótica debido a la prohibición, según la cual no se admitía maquinaria robótica más que los autómatas encargados del cultivo y del cuidado de animales en las granjas.
Samuel sabía que esta área tan deshabitada era el mejor lugar para esconderse, pues el mismo había hecho estudios de campo en lugares así al dedicarse al estudio de programación de microprocesador, lo que su padre ahora estaba utilizando para la elaboración de cerebros robóticos.
Una vez más se detuvo consultado su computador de bolsillo en el cual conservaba un mapa con apuntes de sus visitas a esta región. Estaba cerca, tomó la mano de Eva y avanzó, según las indicaciones detrás de la colina que se levantaba ante él, encontraría una pequeña casa que había sido abandonada hace un tiempo. Allí estarían seguros él y su consorte, con la esperanza de alejar lo más posible el día en que la policía galáctica llegará a reclamar al androide EV-01 que lo acompañaba.
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